El sueño americano: un ideal al que muchos aspiran, pero que luchan por alcanzar. Para algunos, se trata de la esperanza básica de poder dormir tranquilos por la noche, despertarse por la mañana, encontrar la oportunidad de trabajar, mantener a nuestras familias, poner comida en la mesa, tener acceso a electricidad y agua corriente, y garantizar que nuestros hijos estén protegidos y preparados para el futuro: necesidades sencillas que muchos dan por sentadas.
Este era el sueño americano de una mujer inmigrante increíble: mi madre, Paulina. Su valentía, sus agallas y su historia son toda una inspiración.
Paulina salió de México siendo adolescente en busca de un futuro mejor. No conocía el idioma cuando llegó a Estados Unidos, pero no dejó que eso la detuviera. Inmediatamente empezó a contribuir a la sociedad, trabajando en una cadena de montaje en una fábrica de Dallas (Texas) que fabricaba productos capilares para los hogares estadounidenses.
Con el tiempo, mi madre crió hijos que acabarían siendo profesores, agentes de seguridad, logopedas y dirigentes sindicales. Ahora, sus nietos se esfuerzan por ser médicos y bailarines. Este es el sueño americano de nuestra familia: la oportunidad de progreso y prosperidad a través de las generaciones. Gracias a la Ley de Reforma y Control de la Inmigración de 1986, conocida como la amnistía de Reagan, mis padres obtuvieron el estatus legal.
Como ciudadano nacido en Estados Unidos, estoy orgulloso de mi país, de mi herencia, de mi familia y de mi sindicato, la Región Suroeste de Trabajadores Unidos afiliada a SEIU. Pero aunque tengo el privilegio de estar protegido por la Constitución de Estados Unidos, también conozco el terror con el que vive la gente, día tras día. Nunca podré quitarme de la cabeza el miedo que me estrujaba el alma cuando oía hablar de mi comunidad, "¡La migra, la migra, corrélé, corrélé, escóndete, la migra!"
En esos momentos, lo que antes era un barrio alegre y animado se transformaba en un silencio total. Como hijo de primera generación de inmigrantes, seguimos llevando en el alma esa rabia y ese rechazo profundamente arraigados contra nuestro pueblo, hasta bien entrada la edad adulta.
Esto es lo que me impulsa a levantarme y luchar por los que no pueden hacerlo.